26 de octubre de 2010

Historia y cultura de la comida y la alimentación

En el 2008 dicté por vez primera el curso Historia y cultura de la comida y la alimentación. Lo ofrecí a estudiantes  del Progrma Graduado de Historia de la Facultad de Humanidades del Recinto de Rio Piedras de la Universdad de Puerto Rico. 
Fue una gratísima sorpresa, y un ameno reto, tener a oncólogos, epidemiólogos, nutricionistas, siquiatras y sociólogos- ya graduados- entre los estudiantes de historia. Y es que aquel primer ofreciemiento atraía por la transdisciplinariedad que prometía el silabus, y por los diversos acercamientos teóricos y metodológicos  que permtía para los trabajos monográficos.

Pero además, y eso no me lo dijeron en la evaluación final del curso, porque al día de hoy comer no es  tan sólo un palcer, sino un desvelo político y  un dilema corporal.  
  Al siguiente año lo ofrecí nuevamente, haciendo algunos cambios en el tema historiográfico (sobre todo en el tema de las teorías y los debates metodológicos) y en el de la comida y la esclavitud.
Hoy quiero ofrecer el curso para todos l@s estudiantes de bachillerato de la Universidad de Puerto Rico en Humacao, y muy especialmente a aquellos especializados en ciencias de la salud, ciencias biológicas y ciencias químicas, pues creo que la dimensión histórica y cultural de la comida y la alimentación contribuirá a enriquecer los acercamientos que hagan al poner en práctica los preceptos de sus disciplinas. El prontuario preliminar con la secuencia de temas, lo pueden encontrar en http://www1.upr.edu/cruzmigu. Por lo pronto 
 les invito a  un paseo gráfico-temático-problemático del curso. Sólo cliqueen en el título de esta entrada  o el link que aparece abajo. Mi intención es motivarlos a explorar.
Creo que al final andarán  un paso adelante para pensar sobre por qué comemos lo que comemos, cómo comemos, cómo se produce el alimento que llega a nuestra boca y quién decide su calidad . http://www.flickr.com/photos/55196753@N06/

6 de octubre de 2010

La pugna por el PAN

La reciente oposición de los gerentes de la industria de importación y distribución de alimentos (MIDA) al posible permiso de uso de la tarjeta del Programa de Asistencia Nutricional (PAN) para comprar alimentos en restaurantes de comida rápida -y en otros locales de provisión alimentaria -ha sido simplificada de una forma peligrosa por los gerentes de la industria de restaurantes (ASORE).
Esto es así porque ASORE, en su legítimo apoyo al P de la C 2806, esgrime como defensa el tema de la “conveniencia”. Es decir, para ASORE el proyecto brinda justicia social a los consumidores pobres – que son los beneficiarios del PAN-porque estos no tienen que trasladarse hasta un hipermercado para comprar, digamos, leche o porque les facilita comer sin tener que cocinar a aquellos beneficiarios con ciertas condiciones médicas, físicas

No hay duda que habrá beneficiarios para los que este cambio de política del PAN sea el mejor paliativo a su triste realidad humana.

Pero no podemos creer que sea la responsabilidad nutricional, tanto de MIDA como de ASORE, el norte que guíe esta disputa. En el fondo subyacen grandes intereses económicos. MIDA, por ejemplo, quiere asegurar que entre las 400 mil compras de alimentos que se hacen diariamente en Puerto Rico - lo que según un estudio de la empresa Gaither en 2006 equivale a $25 millones de dólares diarios – una buena parte de ellas se las aseguren los beneficiarios del PAN, como ha ocurrido hasta hoy.

De igual forma ASORE interesa aumentar la participación de sus representados en el mercado de comidas tomadas fuera de casa. Otro estudio realizado por la empresa Gaither International en 2007 encontró que sobre 500,000 personas pautan al menos una de sus ingestas diarias fuera del hogar, lo que representa ventas de sobre $4 millones de dólares diarios. De aprobarse el proyecto, esto podría representar a ASORE sobrepasar su participación en un mercado que hacia el 2007 significaba $2.3 billones de dólares anuales.

Ambas entidades, pues, pugnan por una tajada de los $2,000 millones de dólares que anualmente se le asignan a más de medio millón de familias pobres en Puerto Rico. La responsabilidad nutricional no es el elemento que está en juego.

Lo que es triste de todo esto es que no se evalúen otras alternativas, como la de articular el proyecto para que le pueda emplear la tarjeta para comprar a los agricultores bona FIDE, o que se cualifiquen a aquellos restaurantes cuyos ofrecimientos se alineen más con las normativas nutricionales del Departamento de Salud.- y que en efecto vaya en contra de la política del Departamento.

Es penoso que se simplifique el acto de comer pensándolo como acto exclusivamente fisiológico: la gente comer para satisfacer el apetito y nada más. Triste es además, que se atienda un asunto tan importante como la alimentación con visiones como la del Sr. Aniceto Solares, presidente de Burguer King en la Isla, que favorece el proyecto pues, en el fondo toda “comida es comida”. Es decir, después de todo, lo que necesitan los pobres es comida, no alimento.

De aprobarse el proyecto no ocurrirá otra cosa que insertar a los beneficiarios del PAN en una tendencia cada vez más observable en la cultura alimentaria de Puerto Rico: comer fuera de casa significa comer en un fast food, preferiblemente una hamburguesería.

Todos sabemos que aun con los remozamientos para acoplarse al discurso nutricional predominante, los fast-foods tienen las técnicas para hacer que el comensal compre su producto estrella, que nunca es, por supuesto, la ensalada.

Ahí están los estudios y no mienten. En el 2007 el 59.1% del mercado de comidas realizadas fuera de casa lo dominaban los denominados fast-foods y los casual diners. Por su puesto, la mayor tajada se la llevaba Burger King (16.9%), seguido de McDonald`s (10.9%).

La inserción que provoque la aprobación de la ley, ayudará a que cristalice en Puerto Rico- con todas las implicaciones en las políticas salubristas futuras- lo que han llamado The Obesity Hunger Paradox (http://www.nytimes.com/2010/03/14/nyregion/14hunger.html )un fenómeno en el que los más obesos de las ciudades no son los ricos, como era antes, sino los pobres y desamparados que dependen de las subvenciones alimentairas.

How to feed the world

1 de octubre de 2010

¿La gran cocina del Caribe o la anticocina de los cocineros mortales?

Una sopa fría de parcha, montada con helado de queso de cabra tocado de estragón, es el plato prendido por la foto de portada en el libro Puerto Rico: la gran cocina del Caribe.


En el retrato yace serena la sustancia, acoplada a un helado que han montado antes del clic. Un fajo de “miramelindas” rojas sirve de fondo, reluciendo el naranja de la sopa y el blanco inmaculado del helado y el plato.

Todo reluce en la tapa de un libro de 10” ½ pulgadas de ancho por 12 pulgadas de alto. Tamaño insólito para un género que perdió, con la economía doméstica, su linaje literario, el vestido obliga los libreros a exhibirlo hoy en vitrina, sin apretujarlo en los aparadores de los recetarios modestos.

Los chefs Santi Santa María y Eric Ripert evocan, en dos prólogos, sus memorias gastronómicas en la Isla. Táctica editorial bien pensada, ella puede seducir a cualquier “foodie” a comprar el libro, antes que por la simpatía que ambos maestros muestran hacia la cocina popular puertorriqueña, por la bien ganada fama internacional que tienen en el mundo culinario de alta gama.

José Luis Díaz de Villegas, el periodista gastronómico más leído en Puerto Rico desde 1970, sigue con un resumen del trasfondo histórico de la cocina puertorriqueña, hermosamente decorado con reproducciones de obras con temas afines realizadas por artistas puertorriqueños.

Las reproducciones y la fotografía de estudio quedaron al cuidado del artista Jochy Melero. De calidad insuperable son de las fotos gastronómicas del equipo de Melero, arte en el que fotógrafo no actúa sólo sobre sus objetos ópticos, sino en meticulosa colaboración con los chefs, los directores de arte, y los técnicos de comida y utilería. Melero y su equipo alcanzan el fin de la fotografía gastronómica: provocar estímulos organolépticos intensos, aun cuando al lector se le haga imposible reproducir en su cocina el plato fotografiado.

José Luis Díaz de Villegas hijo, es el encargado del diseño gráfico. Aprovecha las dimensiones de libro para disponer el texto escrito en direcciones y formas diversas, muchas veces haciéndole el juego a los objetos visuales. Ello provoca un ejercicio de lectura transeúnte entre la palabra escrita y las imágenes, lo que marca una ruptura con el laconismo de los recetarios antiguos, y anuncia, en los libros gastronómicos, el privilegio de la imagen sobre la normatividad de las recetas.

Puerto Rico: la Gran Cocina del Caribe es el más espectacular- y posiblemente el más costoso-, jamás publicado por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico en este género. Aun cuando tiene más de cien recetas, su montaje lo hace un libro de arte antes que un libro de cocina. Sin duda los colaboradores están muy cerca de proponer que la cocina puede ser arte – aun cuando algunos no lo piensen así debido a la fugacidad del objeto comestible en tanto se deglute-.

Más en ese empeño, han elaborado una propuesta culinaria exclusivista, algo que ya se anuncia con el calificativo Gran Cocina del Caribe en el título, y en sus grandes chefs. Ciento treinta y dos (132) recetas están repartidas en cinco capítulos, cada uno dedicado a un chef profesional en el ámbito de la culinaria profesional de Puerto Rico. Un comensal orientado a comprar libros de cocina “para cocinar”, seguramente tenga dificultades para ejecutar muchas de las operaciones culinarias que se emplean en las recetas.

Si bien es cierto que el título refiere a que en Puerto Rico hay una gran cocina que es particularmente distinta de las del resto del Caribe -por eso es la ‘gran cocina’-, ella motiva reflexionar sobre las dimensiones de la “cultura culinaria contemporánea”.

¿En esa gran cocina hay una significación de la idea de ‘cocina’ del comensal proverbial, formada por la familiaridad con ingredientes reiterados, sabores reconocidos, técnicas compartidas y lo que yo llamo el paladar memoria?

Si la ‘cocina’ es la ‘experimentación reiterada’ con productos específicos, la organización de reglas para convertirlas en recetas, la reunión de las recetas en menús, y finalmente las prácticas sociales que se desarrollan, de entrada, pues, el libro anuncia una cocina nueva, distinta a la que la mayoría de los caribeños significa como propia de su país o región.

Pero precisamente esa es una de las intenciones solapadas del libro. Mostrar que la cocina, aunque conservadora, no es estática, y es, como acierta Massimo Montanari, ‘extremadamente sensible a los cambios, a la imitación, a las influencias externas’. Es abierta, como el lenguaje, y como él, reproduce ‘cultura’.

Pero claro, la cultura no es lisa y homogénea. A su interior hay diversidad, fragmentos, modalidades. Si siguiéramos el ‘triangulo culinario’ de Lèvi Strauss, el libro en cuestión no reproduce una cocina ‘cruda’, o sea, desnuda y natural, más bien encarna, mayoritariamente, una ‘cocida’, es decir, revestida y compleja.

Extremadamente compleja, en efecto. Quizás aquí radique su mayor debilidad como recetario, y el mayor reto, sin duda para los guisos cotidianos de los cocineros mortales.